28/7/09

Recuerdos de una noche...

RECUERDOS DE UNA NOCHE: En memoria de Dani...

Las cosas ocurrieron así. Fue un 30 de diciembre. Era verano y esa noche yo iría a la discoteca con unos amigos. Fueron por mí y decidimos en el coche dónde iríamos. Yo no conocía el sitio, pero me lo habían nombrado muchas veces.
Llegamos muertos de risa, porque nuestro amigo – el único hombre del grupo- era la envidia de todos: rodeado de cinco mujeres bellas, jóvenes y atractivas. Yo llevaba un precioso y breve vestido negro, adherido al cuerpo, con un escote en la espalda que realzaba mis encantos. Mi cabello largo, me caía por los hombros.
El sitio estaba lleno. Como ninguna de nosotras tenía pareja, hicimos un grupo y bailamos entre nosotras. De pronto lo vi. Ahí estaba, parado contra la pared, mirándome. No muy guapo, pero muy atractivo, no dejaba de mirarme. Rubio oscuro, ojos color miel, boca sensual. Al ver que no me quitaba los ojos de encima, comencé a bailar seductoramente, dándole de a ratos la espalda y mirándolo por encima del hombro, mientras movía mis caderas con sensualidad…
-¡Qué pérfida eres!, me dijo una de mis amigas al darse cuenta del juego de seducción que hacía yo… Ese juego duró unos momentos más, hasta que decidí ir por mi trago a la mesa… Tenía que pasar junto a él y… cuando lo hice, aprovechando el gentío, lo rocé “sin querer”…
-¿Te conozco, verdad?
-¿Me hablas a mí?
-Si, a ti, yo te he visto antes… en la calle tal…
-Tal vez, trabajo ahí…
Entonces me tomó de la cintura con su mano derecha, y comenzamos un lento y sensual baile, en el cual intercambiábamos esas preguntas tontas, pero que hay que decir para no ir tan directo al grano.
Daniel, -así se llamaba-, me habló de él, quiso saber sobre mí, y acercaba cada vez más su cuerpo al mío…
Bailábamos en un rincón oscuro, y yo podía sentir su aliento que movía mi cabello y su boca que rozaba mi oído…
MMM… Sentía su varonil perfume, su brazo que me tomaba fuerte y posesivamente de la cintura y un calor comenzó a subirme por todo el cuerpo… Yo desesperaba por besarlo, pero lo dejé hacer… De pronto, me tomó el rostro entre las manos, y me besó. Primero los labios, y luego los humedeció con su lengua y me dio un profundo y ardiente beso que me elevó la temperatura corporal y mental…
-Eres muy sensual, ¿lo sabías? Me dijo mientras me apretaba contra sí y me hacía sentir entre las piernas su deseo…
Yo me limité a recorrer con mi lengua sus labios, a darle unos besos en las comisuras, para luego besarlo con toda la boca abierta y, alternativamente, morderle los labios voluptuosamente.
-Vámonos de aquí…
Ya en el coche, nuestras manos recorrieron ávidamente el cuerpo del otro…
No podía parar de besarlo, y estaba excitadísima. Daniel, por su parte, mientras conducía, no dejaba de acariciar mis piernas, subiendo por la entrepierna y palpando mi humedad excitante.
No sé cómo llegamos a su casa. Entramos, y ni bien cerró la puerta tras de sí, me apoyó contra ella y comenzó a besarme la boca primero, luego el cuello, el escote…
Yo sentía que mis pechos estaban erectos, duros, turgentes, que mis pezones eran botones duros y oscuros que gritaban por ser acariciados, succionados, lamidos, mordisqueados…
Enroscados el uno en el otro, sin dejar de acariciarnos febrilmente, llegamos al dormitorio.
Empujé suavemente a Daniel sobre la cama, y comencé a quitarle la ropa. Él me dejaba hacer, rendido, completamente a mi merced. Yo estaba excitada como nunca, no sé qué era lo que me ponía así, si su perfume, si su atractivo, si sus deseos ardientes que pujaban por liberarse de la ropa. Con rapidez –ya no podía detenerme- le quité la camisa, arrancándole con la prisa uno de los botones. Al quedarse con el pecho descubierto, Daniel pareció sentirse vulnerable, por lo que me sentí más seductora, femenina y “femme fatal” que nunca. Ah, cómo recorrí a besos su pecho… no dejé sitio por besar, mordisquear, acariciar, rozar… Como tenía vello abundante, yo estaba en mi paraíso, y cada tanto, uniendo el dolor y el placer, le tiraba un poco, para hacerlo sufrir, y que sintiera que estaba bajo mi sensual –sexual- poder.
Mientras yo me dedicaba a sentir con todo mi cuerpo el suyo, él me acariciaba las caderas con pasión, con fuerza, me quitaba el vestido y no cesaba de repetir:
-No te detengas, no te detengas…ah, no te detengas…
Yo estaba sobre él, a horcajadas, me apretaba contra su cuerpo y me restregaba como una gata en celo, mientras ronroneaba…
-Mmmmm, mmmmmmmmm, mmmmmmmmm…
Su excitación era notoria. Su miembro estaba erecto y duro, durísimo y me lo dejaba saber presionando mi monte de Venus.
Entonces, le pedí que se relajara, que cerrara los ojos y se entregara por completo a mí. Asintió apenas con la cabeza, con los ojos cerrados y una sonrisa placentera bailándole en la boca.
Mientras tanto, yo había ido bajando lentamente por su cuerpo, desde su cuello, rozando apenas con la punta de mi lengua su pecho, sus tetillas, su ombligo… sus ingles…
Ahí, muy malévolamente, me detuve…
-¿Qué haces? No te detengas, por favor, no te detengas, ¡vas a hacerme estallar de placer!
Volví a las ingles, y mientras pasaba mi lengua por ellas, con mis manos jugaba con su pene, que ya tenía un tamaño y un calor considerables. A medida que sentía cómo iba creciendo la excitación de Daniel, yo me humedecía, los labios vaginales se engrosaron y enrojecieron y no podía casi soportar el deseo de ser penetrada con ímpetu, con violencia casi, por Daniel. Comencé a masturbarlo. Dio un gritito de placer que yo tomé como un gesto de aprobación, mientras seguía con mis manos subiendo y bajando.
Acerqué lentamente mi boca a su pene (-¡por favor, qué maravilla de pene!-) y pasé mi lengua por él con deleite.
Daniel no se contuvo y gritó. Metí su pene en mi boca, y subí y bajé hasta hacerlo gritar sin control de placer:
-¡Ahhhhhhh, no te detengas, no te detengas!
A todo esto, mi vestido estaba en el suelo, junto con mis zapatos y mi ropa interior negra de encaje.
Estaba desnuda –mi estado favorito- sobre el ardiente cuerpo de Daniel, y abriendo mi sexo, le dije:
-Penétrame, soy tu amazona y te cabalgaré, potro…
Cuando lo sentí dentro, grité. Él suspiró hondamente
-¡Ahhhhhhhhhhhhhh!
Y ya una vez penetrada, comencé a moverme rítmicamente, como si montara el mejor de los caballos árabes. Cada movimiento arrancaba un gemido de placer de los dos. Daniel se había entregado a mí y yo lo disfrutaba a pleno, con todo mi cuerpo ardiente.
Para excitarme aún más, mientras sentía su falo potente entrando y saliendo de mí, me acariciaba el clítoris.
Hasta que abrí los ojos y vi en su cara que estaba a punto de alcanzar el orgasmo, y traté de que lo lográramos juntos…
No fue al unísono, pero fue inmediato…
-¡Ahhhhhhhhhhhhhhh! ¡qué hembra! gritó Daniel con su grave voz…
Yo le correspondí con uno de mis mejores y prolongados gemidos, para luego gritar con toda la boca abierta mi placer. Terminamos abrazados, yo encima de él, respirando agitadamente primero, calmadamente después, entregándonos a un sueño reparador…

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